Y
cuando cenaban, como el diablo ya había puesto en el corazón de Judas
Iscariote hijo de Simón que lo entregara, sabiendo Jesús que el Padre le
había dado todas las cosas en las manos, y que había salido de Dios y a
Dios iba, se levantó de la cena, se quitó su manto y, tomando una
toalla, se la ciñó. Juan 13.2–4
Creo
que todos nosotros tenemos algo de heroico en nuestro ser. En
situaciones de crisis o de extrema necesidad, salimos al frente y
servimos a nuestro prójimo. Recuerdo una situación personal, en la cual
tuve que salir con una fuerte tormenta a buscar un medicamento para una
persona que lo necesitaba con urgencia. Tomando mi bicicleta, pedaleé
unos kilómetros bajo la lluvia torrencial para adquirir el medicamento
necesario. ¡Encontramos en este tipo de situaciones hasta ciertos
matices románticos!
Nuestra
vocación de siervos cambia, sin embargo, cuando estamos dentro de una
escena netamente doméstica. Allí, nadie nos va a aplaudir, ni vamos a
ser vitoreados por nuestros actos de servicio. Lo que hacemos
simplemente forma parte del quehacer de todos los días. Es precisamente
por la ausencia de alguna recompensa que nos cuesta tanto servir a los
demás.
Cristo
se levantó durante la cena. Seguramente todos los discípulos habían
notado que nadie les había lavado los pies cuando llegaron a la casa.
Quizás se sentirían sucios e incómodos con los pies llenos de polvo y
sudor. El Hijo de Dios fue el único que hizo algo al respecto.
En
nuestra cultura latinoamericana, ¡cuán importante es para nosotros el
momento en que nos sentamos a comer! Una vez que nos acomodamos en la
mesa, ninguno quiere levantarse para buscar la sal, o traer algún otro
elemento que falte en la mesa. Preferimos comer sin sal, ¡que
levantarnos a buscar el salero!
El
hogar, no obstante, ofrece las mejores oportunidades para servir.
Abundan a cada instante. Y no solamente esto, sino que también es el
lugar donde más podemos aprender acerca de lo que significa ser un
siervo. Dentro del ambiente del hogar nadie nos va a dar una medalla por
servir a nuestra familia. Tendremos que aprender lo que es servir, en
situaciones donde el agradecimiento de los demás está implícito, pues no
se expresa. Deberemos escoger el servicio cuando francamente nos
gustaría más descansar o estar haciendo algo diferente. Tendremos
también que aprender a ver las necesidades de los demás, sin que se nos
pida que sirvamos.
Los
beneficios de servir en estas situaciones son innumerables, y nuestro
crecimiento personal será marcado a medida que respondemos a estas
oportunidades. En nuestra tarea de formar a otros, tendremos también que
mostrar el camino a transitar con nuestro propio ejemplo. Seguramente
muchos nos estarán observando en estas situaciones, que tan poco
«espirituales» nos parecen. Las más increíbles lecciones, sin embargo,
pueden ser enseñadas desde este lugar.
Para pensar:
«La
medida de la grandeza de una persona no está en el número de personas
que lo sirven, si no en el número de personas a quienes sirve». P.
Moody.
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