Hizo luego pasar Isaí siete hijos suyos delante de Samuel; pero Samuel dijo a Isaí: Jehová no ha elegido a estos. Entonces dijo Samuel a Isaí: ¿Son estos todos tus hijos? Isaí respondió: Queda aún el menor, que apacienta las ovejas. Y dijo Samuel a Isaí: Envía por él, porque no nos sentaremos a la mesa hasta que él venga aquí. 1 Samuel 16.10–11
Las instrucciones del Señor a Samuel fueron muy claras: «Llena tu cuerno de aceite y ven, te enviaré a Isaí de Belén, porque de entre sus hijos me he elegido un rey» (16.1). Dios veía en David las cualidades necesarias para ser la clase de rey que él buscaba: un corazón enamorado de su Creador, junto a un carácter humilde, sencillo, obediente y responsable. Era, además, valiente y esforzado cuando las circunstancias así lo requerían.
¿Quién de nosotros no quisiera tener un líder en medio nuestro con esas cualidades? Los elementos básicos que algún día convertirían a David en el más grande rey que jamás haya tenido Israel, ya existían en la vida de este joven pastor de ovejas.
Quisiera señalar, sin embargo, que cuando Isaí consagró a sus hijos y los preparó para que participaran, junto al gran profeta, del sacrificio que había venido a ofrecer, ni siquiera llamó a su hijo menor. Tampoco ninguno de sus hermanos pareció notar que David no estaba presente, o al menos ninguno hizo algo al respecto. ¿Si David poseía cualidades tan extraordinarias, cómo es que ninguno de los miembros de la familia lo notaron?
Dos respuestas parecen evidentes. En primer lugar, las cualidades que son atractivas al Señor rara vez resultan atractivas a los hombres. En demasiadas ocasiones simplemente adaptamos los modelos del mundo a las necesidades de la iglesia. La Palabra, sin embargo, declara que «lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte» (1 Co 1.27).
En segundo lugar, existe algo más profundo que tiene que ver con la falta de visión que produce la excesiva cercanía a otras personas. Cuando pasamos mucho tiempo con otros, dejan de impactarnos sus cualidades y empezamos a acostumbrarnos a ellas. Vemos solamente lo ordinario y cotidiano. A veces, cuando la otra persona se ausenta volvemos a recuperar una apreciación por las cualidades que siempre estuvieron presentes en su vida, pero que ya no notábamos.
Como formador de vidas, usted corre peligro de que la familiaridad con los suyos lo lleve a pasar por alto a aquellos que son futuros obreros en la casa de Dios. Sus dones ya no le llaman la atención y usted ya se ha quedado con una imagen fija de ellos. Los de Nazaret no pudieron ver en Jesús más que un simple carpintero, aun cuando en todos lados se hablaba de sus extraordinarias cualidades.
Para pensar:
¿Será que hay un futuro «rey» en su medio y usted no lo ha notado? Necesitamos que Dios mantenga nuestra visión sintonizada con la de él, para que veamos a los de nuestro alrededor con sus ojos. No se quede con lo ordinario. ¡Puede ser que detrás de lo ordinario exista una persona extraordinaria! Pídale sabiduría al Señor para ver a esa persona.
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