Los secretos del Señor son para los que le temen y él les dará a conocer su pacto. Salmo 25.14 (LBLA)
Durante muchos años parte de mi actividad hizo que me moviera en los ambientes académicos de las instituciones teológicas de la iglesia. En ellas, gran parte del esfuerzo y tiempo de los que formaban esta comunidad se enfocaba en el estudio, el análisis y la observación de todos los aspectos imaginables de la vida espiritual. Hombres y mujeres de gran inteligencia disertaban acerca de cómo son las cosas relacionadas con Dios y su accionar entre los hombres. En pocas ocasiones, sin embargo, escuché a un profesor o un alumno admitir que había aspectos de la vida espiritual que francamente no entendían. ¿Y cómo iba a ser de otra forma? Se supone que estas instituciones existen para proveer respuestas a los alumnos.
Cuando nos referimos a la persona de Dios, sin embargo, no nos estamos acercando a una materia como cualquier otra. Él no puede ser analizado, desmenuzado y explicado en términos fácilmente comprensibles para el ser humano. Es un ser cuya esencia es enteramente diferente a la de cualquier otra cosa sobre la faz de la tierra. No se mueve con las leyes que gobiernan la creación, ni puede ser contenido en la abundancia de sabiduría que puedan acumular los hombres. En resumen, está más allá del alcance de la inteligencia de nuestra mente.
En la persona de Dios nos enfrentamos a una realidad diferente. Cuando nos acercamos a estudiarlo, dependemos absolutamente de un requisito: él debe darse a conocer, para no seguir siendo un misterio. De no hacerlo, no podremos descubrir nada por nuestra propia cuenta. El resultado normal del estudio de la persona de Dios debería ser, pues, que cuanto más le observamos y analizamos, más entendemos lo inescrutables que son sus caminos. La respuesta más apropiada sería postramos frente a su grandeza.
Note la ironía de la declaración del salmista: «Los secretos del Señor son para los que le temen». Justamente lo que faltaba en las aulas de muchas de estas instituciones era mayor temor de Jehová. Al contrario, entre muchos profesores y estudiantes ¡había una explicación para todo! El Señor revela sus secretos, sin embargo, justamente a aquellos que no tienen interés en conocerlos. Son las personas en cuyo corazón hay un fuerte sentir de que Dios es un misterio, y que deben acercarse a su persona con silencio y humildad. A ellos, el Señor les hace partícipes de un conocimiento que trasciende las dimensiones de lo académico.
¿Qué nos está diciendo el salmista? A Dios no se le conoce primordialmente por el estudio, sino por la experiencia de vivir en su presencia. Y esa experiencia le es concedida a aquellos cuya pasión no es el estudio de Dios, sino Dios mismo.
Para pensar:
¿Qué importancia le da usted a los estudios? ¿Si hiciera un análisis de su vida, cuánto tiempo pasa estudiando a Dios, y cuánto tiempo disfrutando a Dios? ¿Cómo puede cultivar mayor temor de Su persona?
Shaw, Christopher: Alza Tus Ojos. San José, Costa Rica, Centroamérica : Desarrollo Cristiano Internacional, 2005, S. 5 de mayo
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